sábado, 30 de junio de 2012


Ahnna Molko


El problema no es consumir, el problema es vender la felicidad. Si bien se dice que el dinero no compra la felicidad, todos sabemos y debemos estar de acuerdo con que sí la acerca. Pero todo se viene abajo cuando es la felicidad la que depende de la cantidad de bienes acumulados y deja de verse como un complemento de la plenitud de la tranquilidad del ser humano. La dependencia de la estabilidad emocional derivada de la compra de bienes y servicios considerados no esenciales, ha hecho que familias y personas de todas clases sociales reorganicen sus prioridades, situando en ocasiones las necesidades básicas en segundos lugares, comprometiendo así su salud, autoestima, relaciones personales, sociales, y el medio ambiente.


Aunque mucho se ha satanizado a la publicidad, a los medios de comunicación, al sistema capitalista y a la mercadotecnia por convertir a la sociedad en zombis compradores, la realidad es que no existe mejor publicidad que la que hacen los usuarios y propietarios de los bienes adquiridos. Yo nunca he oído a alguien quejarse por tener un coche de lujo, un iPhone, o unas zapatillas nuevas. Pueden quejarse de cuánto les costó –a veces quejarse del costo es una manera simplista de querer mostrar una falsa conciencia social – económica – pero en cuanto al confort que éstos brindan, nadie se ha quejado. Y ésa es la parte que solo sabemos escuchar, la comodidad, el status que nos brinda ser los propietarios de ciertos artículos. Creo que debemos aceptar la culpa de que el materialismo se haya ido de las manos, porque nunca le preguntamos a esa persona qué tuvo que dejar de hacer para poderse comprar lo que tanto deseaba. Probablemente nos diga que lo compró con los ahorros de su trabajo, pero no sabemos si tuvo que trabajar tiempo extra, si dejó de salir con sus amigos, o si renunció a momentos de felicidad en familia para ahorrarse unas monedas y reunir dinero para comprar el objeto de su felicidad. Objetos que cada vez se vuelven más comunes –y ya no digamos corrientes – que se ven todos los días, en todos lados, creemos que nos pueden volver más seductores. Ver que alguien similar a nosotros en cuanto a posición social y laboral los tiene, nos hace pensar que los merecemos y los necesitamos y, al final, todos terminamos teniendo lo que los demás tienen, sin importar lo que nos cueste, lo que dejamos de hacer  y la felicidad que tengamos que empeñar para obtenerlo.


Hablando de los límites que rompemos como consumidores y exhibicionistas de ello, llevo tiempo pensando que antes se era rico en un solo paso, mientras que ahora es todo un reto que muchos hemos aceptado lograr. Antes, pocas personas podían tener propiedades, y algunos objetos personales que parecían un lujo ahora han pasado a ser una “necesidad”. El coche, el móvil, el ordenador, la ropa, y detalles que en gran medida se han integrado al hogar de la clase media – incluso media baja – han hecho que destacar como rico vaya más allá de la obtención de objetos comunes, y es entonces cuando empieza la lucha por sobresalir, aun a costa de los daños que se puedan ocasionar como, por ejemplo, tener animales exóticos o en peligro de extinción como mascotas. Cuando el consumismo se sale de las manos y empiezan este tipo de acciones-reacciones es cuando se debe empezar a frenar y poner atención al daño que nos estamos haciendo y al autoengaño del que nos rodeamos, dándonos cuenta de lo caro que sale aparentar o ser rico.


Otros problemas se han desencadenado tanto en torno a la actividad consumista como al sistema político y económico que promueve la adquisición competitiva de riqueza como signo de status y prestigio dentro de un grupo social. Que ahora carguemos con accesorios costosos ha dado lugar a un aumento de asaltos y secuestros. Les hemos aumentado el sueldo a los ladrones, y nos hemos vuelto sus cómplices. Ahora que muchos tenemos móviles “inteligentes”, ropa y accesorios de marcas, el costo del botín es mayor. Somos las mismas personas con las mismas inseguridades públicas. Somos los cómplices del consumismo, y nuestro consumismo nos ha hecho cómplices de nuestros problemas sociales. No creo que la solución sea dejar de consumir para bajar los niveles de inseguridad, pero tampoco creo que sea necesario exponer nuestra tranquilidad y felicidad por unos minutos de reconocimiento social. Pero éstos son sólo algunos de los problemas que los ismos nos han hecho tocar fondo.


Dicen que el instante más oscuro de la noche es antes del amanecer. Deseo que con el medio ambiente y la conciencia social sea igual, porque a pesar de que el consumismo ha destruido el equilibrio ecológico, es importante reconocer que, por otro lado, nunca el ser humano había estado tan cerca de la naturaleza. Mucho se ha dicho sobre lo negativo del consumismo entre los globalifóbicos, grupos que han infiltrado su ideología dentro de los intereses sociales apartidistas, logrando que los conceptos como calentamiento global, sequía, deforestación, efecto invernadero, reciclaje, ecología amigable, compañía ecológicamente responsables, diseño ecológico, estén cada vez más presentes en la conciencia ciudadana y en el sistema capitalista que los ha propiciado. Si son muchas las compañías que por su beneficio económico han destruido el bienestar de la tierra, también son muchas las asociaciones que se han creado para combatirlas. Tal vez éste sea el punto más oscuro, pero todo se va aclarar cuando dejemos de tapar con una moneda el sol.


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