jueves, 28 de marzo de 2013

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Iker Fidalgo Alday

Aún recuerdo aquel día. Yo llegaba a mi primer trabajo, y tenía 17 años. Llegaba con retraso, pero no importó. Todos
estaban pegados a la pantalla, viendo como ardían las famosas torres de NY, y como se especulaba con aquella realidad, “eran avionetas”, “va a caer la bolsa”… ese mismo mes, empezaba mi carrera de BBAA en la facultad de Bilbao.

 

Ese día, “el mal” comenzó a tener cara, y rasgos. Renovaba gobierno J. Mª Aznar, y con su mayoría absoluta y sus leyes de extranjería, “el mal” ya no era solo alguien que venía a “robarnos” el trabajo, si no que además podría quitarnos la vida en cualquier momento.

Ya en la facultad, recuerdo una mañana con mucho bullicio y un único comentario entre los pasillos “ha estallado una bomba en Madrid”. Corría el año 2004, y me apresuré a llamar a todos los amigos que vivían en la capital. 

Aquella noche, un señor llamado Acebes, juraba y perjuraba, la implicación de la banda terrorista E.T.A, en aquella masacre, y prometía que aquello no tenía que ver con la intrusión en una guerra condenada por la ONU pero promovida por los EEUU a la que España
se unió omitiendo aquella manifestación masiva que inundó las calles.
Después de aquello, guardo en mi memoria varios controles policiales sufridos en primera persona, noticias de eslabones perdidos entre bandas y grupos terroristas árabes, y nacionalistas y un discurso polarizado digno de película de acción. El bien contra el mal. Los buenos contra los malos.


Tras los sucesos de Londres en el año 2005, fue normal encontrarse carteles en las estaciones de metro, en los que se legitimaba el derecho a denunciar a personas con rasgos árabes en actitud sospechosa, animando a señalar, y a prevenir a occidente de una nueva masacre. 

En España cayó el gobierno. Aires renovados decían, pero tratamientos “Anti-terroristas” a menores de edad con varios días de incomunicación, y una sociedad pervertida por el miedo focalizado en un señor con turbante y barba larga perdido en unas montañas de Afganistán consiguieron calar en el imaginario colectivo y establecer una serie de prejuicios generacionales nada fáciles de superar.

El problema no es ni será solucionar el miedo a la comunidad islámica, actualmente parece que es algo que quedó atrás, (se normalizó), lo realmente importante es identificar como ese sentimiento es extrapolado y manejado contra diferentes colectivos y penetra en el pensar social. Da igual si son los jornaleros de Almendralejo, los inmigrantes que saltan la
valla de Melilla, los vascos independentistas, las mezquitas en los barrios, sudamericanos, gays, feministas o jóvenes con melenas. El miedo es y será una herramienta manipulable, insertable en contextos y épocas que carcome y corrompe desde la vulnerabilidad, desde la indefensión, desde lo irracional. Cuando terminé la carrera, se me ocurrió un proyecto. Abandonaría mochilas en varias estaciones de metro a modo de “posible artefacto explosivo”. Paralizaría la ciudad, y cuando el equipo de artificieros abriese cada una de las mochilas distribuidas, verían el contenido.

Cientos de octavillas en las que en Inglés, Euskera, Castellano y Árabe se podría leer:
“EL MIEDO ES UN MECANISMO DE CONTROL”.
Nunca tuve valor suficiente para hacerlo. 

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